domingo, 18 de dezembro de 2022

Las nanas de la cebolla: un poema con historia


Las nanas de la cebolla: un poema con historia





Fue aquí, en la esquina de la calle del Conde de Peñalver con la calle Juan Bravo que Miguel Hernández escribió uno de los poemas más hermosos de la historia de la poesía: Las nanas de la cebolla. Fue en esta esquina donde estuvo la cárcel de Torrijos en la que el poeta le dio sentido lírico universal a la cebolla. No la cebolla con que se homenajeaba al dios Socar o Sokar en la mitología egipcia, en los festivales que se celebraban en su honor en Menfis, sino a la cebolla humilde, esa de “contigo pan y cebolla” que en los amantes simboliza el amor eterno aun en la pobreza por sobre la riqueza: “La cebolla es escarcha / cerrada y pobre: / escarcha de tus días / y de mis noches”. La cebolla que vuelve como la aurora y el ocaso siempre repleta de lágrimas. Fue el año 1939, tres años antes de su muerte en la enfermería de la prisión de Alicante en 1942, cuando el poema se clavó en el corazón de la gente con la fuerza y pureza de su de su lirismo cotidiano, envolvente y desgarrador: “En la cuna del hambre / mi niño estaba. / Con sangre de cebolla / se amamantaba”.

El poema es una canción de cuna. Una nana. Las nanas, como se les conoce en España, “tienen un valor testimonial […] al desnudar un aspecto de las madres o arrulladoras: preocupación social, sus quehaceres, sus preocupaciones por causas diversas, alegrías y temores” (Enriqueta Morera de Horn, Canciones de cuna. Apertura interdisciplinaria / Las nanas de la cebolla. Crítica filológica, Concepción de Uruguay – Entre Ríos, Ediciones El Mirador, 1983). Estas temáticas que comprenden las nanas fueron minuciosamente analizadas por Federico García Lorca en Las nanas infantiles, conferencia dictada en la Residencia de Estudiantes de Madrid el 13 de diciembre de 1928, que retratan la vida de la mujer humilde de su época y sus miserias para alimentar a sus hijos. La belleza de España, nos dice, “no es serena, dulce, reposada, sino ardiente, quemada, excesiva, a veces sin órbita” y en esta España de “belleza sin luz”, la mujer consuela a su hijo con sus canciones de arrullo que llevan su propia desesperación: “No debemos olvidar que la canción de cuna está inventada (y sus textos lo expresan) por las pobres mujeres cuyos niños son para ellas una carga, una cruz pesada con la cual muchas veces no pueden”. Son estas mismas mujeres pobres quienes llevan estas nanas a los niños ricos, nos dice Lorca: “Son las pobres mujeres las que dan a los hijos este pan melancólico y son ellas las que lo llevan a las casas ricas. El niño rico tiene la nana de la mujer pobre, que le da al mismo tiempo, en su cándida leche silvestre, la médula del país”.

Pero Josefina Manresa Marhuenda, novia, esposa y viuda de Miguel Hernández le lleva a su hijo Manuel Miguel el pan melancólico compuesto por el poeta, cuya temática de cárcel, dolor y hambre, lo hacen un poema único en su especie. El origen epistolario del poema comienza con una foto del niño recién nacido que Josefina le envía al poeta, y que el encarcelado padre comenta con estas palabras: “No pasa un momento sin que lo mire y me ría, por muy serio que me encuentre, viendo esa risa tan hermosa que le sale delante de los cortinones y encima del catafalco ese en que está sentado. Esa risa suya es mi mejor compañía aquí y cuanto más la miro más encuentro que se parece a la tuya” (Silvia Serret, Josefina Manresa, la esposa de Miguel Hernández en Actualidad Literaria). El comentario de la foto de su hijo Miguel Manuel, contiene larvariamente pasajes del famoso poema: “Tu risa me hace libre, / me pone alas. / Soledades me quita, / cárcel me arranca”. Poema que irá en una carta que el poeta escribe a su esposa el martes 12 de septiembre de 1939, como respuesta a las penurias vividas por Josefina que la obligan a comer solo pan y cebolla: “Estos días me los he pasado cavilando sobre tu situación, cada día más difícil. El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí, y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles, te mando esas coplillas que le he hecho, ya que aquí no hay para mí otro quehacer que escribiros a vosotros y desesperarme”.

Una nana que es consuelo y liberación al mismo tiempo, y que a pesar de su escritura sin especulaciones canónicas, como corresponde a este tipo de composiciones poéticas que yacen en la conciencia folclórica, desgarra en su simpleza lírica el alma del poeta: “Tu risa me hace libre, / me pone alas. / Soledades me quita, / cárcel me arranca. / Boca que vuela, / corazón que en tus labios / relampaguea”. Las nanas de la cebolla es un poema que va más allá de “esas coplillas que le he hecho, ya que aquí no hay para mí otro quehacer que escribiros a vosotros y desesperarme”, pues para Miguel Hernández la escritura es otra de las formas de la libertad; una libertad simbólica que lo conecta con el mundo, su mujer y su hijo. El dramatismo del poema desnuda el alma del poeta en el hambre y el frío simbolizados en la humilde cebolla que tanto padecen él, Josefina y su hijo: “La cebolla es escarcha / cerrada y pobre. / Escarcha de tus días / y de mis noches. / Hambre y cebolla, / hielo negro y escarcha / grande y redonda”. Llama la atención en Las nanas de la cebolla la ausencia de la madre con su voz arrulladora, pues rompe con el modelo tradicional de estas canciones de cuna en que madre e hijo son los personajes esenciales. Pero en esta canción de cuna, tanto la figura de la madre como del hijo se hacen presente en los versos del poeta dirigidos a ellos: “Una mujer morena, / resuelta en luna, / se derrama hilo a hilo / sobre la cuna. / Ríete, niño, / que te tragas la luna / cuando es preciso”. La escritura, lo dijimos, es un acto de libertad simbólica para el poeta, que lo conecta con la realidad exterior, su mujer y su hijo.

Pero la historia de Las nanas de la cebolla trasciende su origen epistolario y se adentra en los a veces intrincados laberintos de las ediciones. Es el último poema de Cancionero y romancero de ausencias, libro que Miguel Hernández comienza a escribir en la cárcel en 1938. Así aparece en el cuaderno de 66 páginas y 79 composiciones, que el poeta lleva a Orihuela cuando sale de su primera etapa de encarcelamiento en septiembre de 1939. Sin embargo, en la edición de Obra Escogida (Aguilar, Madrid, 1952), el poema aparece en el apartado Poemas últimos. Por su parte, en las ediciones de Obras Completas de Editorial Losada de 1960 y 1973, Buenos Aires, no explican el nuevo orden dado a los 98 poemas del libro, conformados por los 66 de Obra Escogida más otros recuperados en nuevas lecturas del cuaderno y otros borradores. En estas ediciones, curiosamente, no aparece el poema que ahora estudiamos (todos los datos respecto de la publicación de Las nanas de la cebolla, así como los entretelones que envuelven su nombre, los obtuvimos de las notas introductoria a Cancionero y romancero de ausencias en Miguel Hernández. Obra Poética Completa, Editor digital Titivillus, ePub, 1976, y de la nota que lleva el propio poema).

Sí, Las nanas de la cebolla es un poema con historia. Una historia de amor, dolor y libertad que nace en una fotografía y permanece oculto algunos años hasta aparecer publicado con otro título por primera vez en la revista Halcón, N. 9, de Valladolid, en 1946: Nana a mi niño. Es importante aclarar ahora que el famoso poema no fue titulado por Miguel Hernández, como sí lo hizo con la mayoría de sus composiciones en su cuaderno de 66 páginas y 79 composiciones que mencionamos: “Sin embargo, el autor no lo tituló como hizo con la mayoría. Es el último que figura en la libreta a que hemos hecho referencia. Por supuesto que también fue añadida por mano ajena la indicación aclaratoria, asimismo conservada por nosotros, sobre la circunstancia que originó el motivo”. La publicación de la revista Halcón presenta, además, una serie de erratas que la edición de Obra Poética Completa corrige. En el verso 20 se lee: “que te traigo la luna”, pero debe decir: “que te tragas la luna”; por su parte el verso 27 dice: “que mi alma al oírte” en lugar de: “que en el alma al oírte”. El verso 45: “el vivir como nunca” está en vez de: “el niño como nunca”. Y en el verso 57 se lee: “Ser de vuelo tan lato” en lugar de: “Ser de vuelo tan alto”.

Otras erratas de esta primera publicación en la revista Halcón, y que se han repetido en varias ediciones, se relacionan con el orden de las estrofas 6 y 7, lo que no debe sorprender mayormente puesto que en el borrador de Miguel Hernández, la estrofa 6 se encuentra en el margen y ofrece, en consecuencia, dudas sobre su posición en el poema. En el último verso de la estrofa 7 se lee: “desde mi cuerpo”, cuando debe decir: “desde tu cuerpo”. Y en la estrofa 8 sustituye la primera palabra (Desperté) por puntos suspensivos, tal vez por encontrarla ilegible. Además, en los versos 59 y 60 de la estrofa 9 se encuentran las siguientes versiones: “que tu carne es el cielo / recién nacido” y “que tu carne parece / cielo cencido”. El adjetivo “cencido” que significa “no hollado”, es muy miguelhernandiano. Los editores de Obra Poética Completa han optado por la primera opción considerando la fuerza metafórica del verso.

La descripción que hemos hecho sobre los entretelones del poema respecto de su escritura y edición, y que pueden resultar agotadores para el lector, solo tienen el propósito de ilustrar las dificultades no solo del poeta para escribir sus textos en medio de una dolorosa vida encarcelada, consumida por los piojos y las enfermedades, como él mismo le escribe a Josefina en la carta del 12 de septiembre de 1939: “Todo se acabará a fuerza de uña y paciencia, o ellos, los piojos, acabarán conmigo. Pero son demasiada poca cosa para mí, tan valiente como siempre, y aunque fueran como elefantes esos bichos que quieren llevarse mi sangre, los haría desaparecer del mapa de mi cuerpo. ¡Pobre cuerpo! Entre sarna, piojos, chinches y toda clase de animales, sin libertad, sin ti, Josefina, y sin ti, Manolillo de mi alma, no sabe a ratos qué postura tomar, y al fin toma la de la esperanza que no se pierde nunca”, sino también las dificultades de sus biógrafos, historiadores e investigadores para armar una obra poética compuesta de cárcel en cárcel sin ninguna condición humana elemental siquiera para vivir la vida, menos aún para escribirla. Por eso, aunque no es conveniente para una legítima comprensión de la obra literaria asociar la vida del escritor con ella, en el caso de Miguel Hernández es fundamental hacerlo, porque ambas van de la mano y se complementan. La poesía que nace del frío, del hambre y la soledad de la cárcel no es más que la vida vivida por el poeta, escenificada en su obra. No es de extrañar, por lo mismo, las erratas de este poema-cuna que los primeros estudiosos de su obra cometieron, descifrando borradores que muchas veces se hacían ininteligibles.

Historia y literatura de la mano para recrear un poema maravilloso, escrito en una cárcel que fue la antesala de la muerte, y que le dio a las nanas otro sentido distinto al de los arrullos de las madres a sus hijos en la cuna, pues Las nanas de la cebolla son el arrullo de un poeta que desde la miseria, dolor y la soledad escribió a los suyos para sentirse más cerca de ellos: “Desperté de ser niño: / nunca despiertes. / Triste llevo la boca: / ríete siempre. / Siempre en la cuna, / defendiendo la risa / pluma por pluma”.

Miguel Hernández: hiciste eterna la poesía en la escarcha de una cebolla cerrada y pobre.


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