ABRIL, LA FACE OCULTA DE LOS OLIGOPOLIOS MEDIÁTICOS
Parodiando al célebre comunicador brasilero
Chacrinha,
en esa editorial casi nada se crea, casi todo se
copía...
Hace dos años, la revista Veja, de Editora Abril (Brasil), tuvo que admitir
que, después de algunas semanas de reiterados actos de repudio del público, el
documento de una cuenta bancaria suiza utilizado como base de una “denuncia”
contra el senador y ex-futbolista Romario (Partido Socialista Brasilero, de Río
de Janeiro) era falso, y los supuestos periodistas que participaron de la
producción y edición del reportaje difamatorio siquiera habían hecho el
procedimiento más básico desde los tiempos de Gutenberg: comprobar la fuente y
el origen de la “denuncia” antes de publicar el reportaje. Principal
publicación de Editora Abril (Brasil), Veja ha hecho uso de una práctica
reincidente en el periodismo sensacionalista, poniendo a perder su origen de
proyecto editorial exitoso, con un equipo de periodistas de renombre, como Mino
Carta (fundador y primer director, después de haber creado la revista Quatro
Rodas para la misma editorial y el diario Jornal da Tarde para la
empresa de la familia Mesquita, la S.A. O Estado de S. Paulo), Fernando Morais,
Audalio Dantas, Hugo Estenssoro, Hélio Campos Mello, Walter Firmo, Antonio
Carlos Fon, Sílvio Lancelotti, Tárik de Souza y Jairo Arco e Flexa.
Casi
todos los brasileños –o residentes extranjeros en Brasil–, en los últimos 65
años, han desarrollado cierta simpatía por Editora Abril, ya sea por las
revistas infantiles, fascículos, publicaciones dirigidas, revistas para el
público juvenil o adulto, femenino o masculino, y obras clásicas de los
actualmente añorados Círculo del Libro, Guía del Estudiante y Almanaque
Abril. Si revisitáramos el Brasil de los primeros 50 años de la que una vez
fue la vanguardia de las editoriales brasileñas, cuando Internet era algo que
siquiera se imaginaba en la ciencia ficción, veremos la dimensión de sus
contribuciones para el desarrollo cultural y editorial del país.
Y uno no tiene por qué ser un coleccionista
aficionado de revistas o “enciclopedias” y obras clásicas obtenidas por
fascículos o correo para recordar o reconocer nombres que quedaron en la
memoria colectiva, como Jeronymo Monteiro, Luis Carta, Domingo Alzugaray, Mino
Carta, Odylo Costa (coma ) Filho, Mylton Severiano, Audálio Dantas, Fernando
Morais, José Hamilton Ribeiro, Amilton Almeida Filho, Tárik de Souza, Sílvio
Lancelotti, Hugo Estenssoro, Antonio Carlos Fon, Walter Firmo, Elifas
Andreatto, Hélio Campos Mello, Alberto Dines, Waldir Igayara de Souza, Claudio
de Souza, Sílvio Fukumoto, Maria Christina Pinheiro, Ziraldo Alves Pinto,
Mauricio de Sousa, Eli Barbosa, entre otros no menos importantes.
Sin embargo, a pesar del período de las
innovaciones introducidas en el mercado editorial brasileño, Editora Abril,
desde su fundación, en 1950 –bajo el nombre de Editora Primavera Ltda.–, es una
pródiga planta de clonaje que no respetó los principios éticos más básicos y,
peor, no reconoció derechos de autor de colegas de otros países. El fundador,
Victor Civita, sin duda un empresario audaz y competente, generosamente recibió
de su hermano mayor, César Civita (éste, sí, fundador e innovador de Editorial
Abril, en 1941 en Argentina y en 1966 en México), la idea de establecerse en
Brasil con una copia del proyecto editorial que había realizado en el país de
platino –la estrategia, el nombre, el logotipo, títulos e incluso parte de su
producción editorial, por cierto, innovadora, capaz de causar envidia a sus
competidores de toda América Latina.
Pero,
¿cómo “desde su fundación”? Es que, como Victor Civita y sus socios eran todos
extranjeros –y por lo tanto no podrían, por razones legales, ser miembros de
pleno derecho en una empresa de rubro editorial–, necesitaron un brasilero de
nombre sin mancha para responder como titular de la empresa. Por lo tanto,
incluso con el nombre de “Primavera Editorial Ltda.”, el periodista, hombre de
radio y escritor de ciencia ficción Jeronymo Monteiro aparecía como director
(es decir, editor) para que pudiera ser instalada en una modesta oficina en la
calle Libero Badaró, 158, en el centro de São Paulo, la que más tarde se
convertiría en la poderosa Abril de los Civita, como se ve en los expedientes
por encima de este párrafo, copiados de dos ediciones diferentes de la revista Raio
Vermelho (Rayo Rojo en español), disponible en el sitio web Guia
dos Quadrinhos (Guía de Comics), y en algunos trabajos académicos de
Brasil, Argentina, México e Italia.
Jeronymo
Barbosa Monteiro, que no debe nada a los Civita por su brillante biografía, es
el “padre de la ciencia ficción brasileña”, y como el primer director de la
revista más antigua de historietas que circulan en Brasil bautizara algunos de
los personajes de Disney con los nombres “Tio Patinhas” (“Tío Rico Mc. Pato”) y
“Huginho, Zezinho e Luizinho” (“Hugo, Paco y Luis”, los tres sobrinos del Pato
Donald), por ejemplo. Autor de verdaderos clásicos de la ciencia ficción
–incluyendo “Tres meses en el siglo 81”, “La ciudad perdida” y “Tangentes de la
realidad”– en nuestro país de poca lectura, habiéndose quedado famoso por hacer
un guión para una serie de radionovela para las radios Nacional y Tupi,
entonces las emisoras de mayor audiencia. Pero tuvo que usar el seudónimo
anglosajón Ronnie Wells para poder ganar reconocimiento en el género.
Al
igual que otros tantos brasileños dignos, Jeronymo Monteiro fue detenido luego
después del golpe militar de abril de 1964, experiencia relatada en uno de los
cuentos de su último trabajo, con el sugerente título “La copa de cristal”. Fue
director del suplemento Gazeta Juvenil de A Gazeta, de São Paulo,
y editor en la Editora La Selva y la versión brasileña de Isaac Asimov
Magazine, reconocida revista internacional de la ciencia ficción, además de
haber creado, en 1957, la memorable sección Panorama, en Folha
Ilustrada, de la Folha da Manhã (desde 1960, Folha de S. Paulo),
habiendo sido reemplazado por su hija, Theresa Monteiro, desde 1971. Curiosa y
arrogantemente pasó a ser ignorado por los ex-patrones después de haber dejado
la Editora Abril, en 1951, para continuar con su proyecto literario-editorial
hasta su muerte, en 1970, a pesar de haber presentado su sucesor a Victor
Civita, el entonces joven periodista Claudio de Souza, un amigo suyo y autor de
reconocidos relatos sobre la generosidad y talento de este brasileño que ayudó
a abrir las puertas del país a la familia de inmigrantes que construyó un
imperio mediático, pero que sufre del mal de la ingratitud.
Por
lo tanto, a diferencia de la leyenda de que “todo comenzó con un pato” (parodia
de la afirmación de Walt Disney, de que “todo comenzó con un ratón”), la
primera publicación de la antigua “Editora Primavera Ltda.” fue Rayo Rojo,
es decir, Raio Vermelho. ¿Por qué? Es que la Editora Brasil-América
Ltda. (EBAL), Adolfo Aizen (también llamado el “padre de los tebeos de
Brasil"), publicaba, en sociedad con Victor Civita, entre 1946 y 1948, Seleções
Coloridas con las primeras historietas de los personajes de Disney, negocio
avalado por el representante de Walt Disney para América Latina, César Civita,
que además de editor de Editorial Abril en Argentina era ex-empleado de la
Editora Mondadori, de Roma, representante de Disney en Italia, en la década de
1930, hasta huir, por ser judío, de la persecución nazifascista. Por encima de
este párrafo vemos algunos números de la revista Seleções Coloridas, de
1946 y 1947, cuyo primer episodio importante, “O ‘crack’ Pato Donald”, fue
publicado originalmente en la edición 45 de El Pato Donald, de Editorial
Abril (Argentina) con el título “Donald, el gran goleador”, así como las primeras
ediciones de Raio Vermelho y Rayo Rojo.
Abriremos
ahora un paréntesis para entrar al universo de los logotipos. El Folhetim
, de bendita memoria –versión paulistana del también añorado semanario
irreverente carioca Pasquim– era un suplemento dominical del entonces
diario de vanguardia Folha de S. Paulo (bajo la dirección del brillante
periodista Claudio Abramo), fundado por Tarso de Castro, Nelson Merlin y
Fortuna, que circuló entre 1976 y 1988. Pues bien, Folhetim traía una
insinuante sección del dibujante e ilustrador Fortuna llamada Di, logotipo!,
en la que participaban los lectores, a veces enviando recortes o fotocopias de
logotipos de medios impresos, a veces creando slogans o parodias, siempre con
la irreverencia que caracterizaba a estos periodistas ahora añorados. Ni el
logotipo de la Abril escapó de la ironía de los lectores de ese suplemento
satírico. También porque los diferentes logotipos, de hecho, pueden decir
mucho, como Fortuna enseñaba en la década de 1980.
Hay
quien diga que los logotipos –err…– “clonados” bajo órdenes de Roberto Civita,
el todopoderoso primogénito del fundador de la Abril brasilera, causaron muchas
veces molestia e incluso vergüenza entre los directores más profesionales, como
Jeronymo Monteiro, Mino Carta, Luis Carta, Domingo Alzugaray y Claudio de
Souza. Editores reconocidos por su competencia a prueba de todo, los
ex-directores de la Abril han contribuido al desarrollo editorial brasilero
dentro y fuera de la casa de los Civita: Jeronymo Monteiro condujo la Editora
La Selva y la exitosa edición brasileña de Isaac Asimov Magazine; Mino
Carta fundó la Encontro Editorial y más tarde la Editora Confiança, de CartaCapital;
Luis Carta, con Fabricio Fazano, la Carta Editorial, de Vogue Brasil; Domingo
Alzugaray, Editora Três, de Status, Planeta, Repórter Três,
Istoé Gente etc, y con Mino Carta, la Encontro Editorial, de Istoé
y del memorable diario, aunque de existencia meteórica, Jornal da República;
Claudio de Souza, con Domingo Alzugaray, la Idéia Editorial, de Mister Magoo,
Don Piloto, Capitão Bigbom, Tico y Teca, Puff-Puff,
Zartan, Playcolt etc.
Al
usar con prodigiosa maestría al nombre Abril, la todavía modesta
homóloga brasileña ha usado también, con sutil inversión (como si estuviera al
espejo), el pequeño árbol símbolo de Editorial Abril (Argentina), como puede
verse en las figuras sobre este párrafo. Pero hay una explicación para la
inversión original, dada por César Civita a una investigadora italiana cuya
tesis de doctorado en la Universidad de Bolonia ha tratado de su hazaña: muchas
ediciones tipográficas de su editorial, compuestas e impresas en talleres
gráficos de terceros, trajeron el logotipo de Editorial Abril accidentalmente
invertido –esto en los años 1940, como la imagen arriba a la izquierda
En
1968, cuando la Abril brasilera ya se imponía como potencia editorial (entonces
estaba constituida Abril Cultural, de los fascículos, discos y libros; la
Sociedade Anônima Impressora Brasileira –SAIB–, futura Gráfica Abril; Abril
Educação, aún incipiente, con tímida producción de libros didácticos y no
didácticos, e incluso la Distribuidora Abril –después Distribuidora Nacional de
Publicaciones, DINAP–, para deshacerse del monopolio representado por la
Distribuidora Fernando Chinaglia, de Río de Janeiro), el arbolito símbolo de
Editorial Mex-Abril (creado el 1966 en Argentina expresamente para Mex-Abril,
de México, por una agencia de publicidad que prestaba servicios a Editorial
Abril, en Buenos Aires) fue estilizado sin perder el diseño original publicado
en todos los productos editoriales de Mex-Abril entre 1966 y 1969, como se
puede ver en las imágenes a continuación de este párrafo, tomadas de Nocturno,
una de las revistas de la homóloga mexicana, de 1967 (23 de junio 1967).
Los
dos primeros títulos –Raio Vermelho (Rayo Rojo, en español) y O
Pato Donald (El Pato Donald, en español)– fueron también, digamos,
“prestados” de Abril argentina por el padre de Roberto Civita, aquel que hizo con
que el fundador Abril brasilera dividiera en vida el patrimonio para no dejar
que su hermano Richard Civita compartiera la dirección del hasta entonces grupo
editorial exitoso. Fue, de hecho, el primogénito, con la sugerente “ayuda” la
Caja Económica Federal (CEF) y el Banco Nacional de Desarrollo Económico y
Social (BNDES), en los tiempos de la dictadura, que “canjeó” con Armando “nada
qué declarar” Falcão (el mismo ministro de “Justicia” creador de la temida Ley
Falcão, que pasó a censurar el proselitismo electoral) sus mejores directores
(Mino Carta, Luis Carta, Domingo Alzugaray, Claudio de Souza etc) por
millonarios préstamos bancarios para liquidar las cuentas contraídas con la
construcción del edificio majestuoso de la Avenida Otaviano Alves de Lima
(barrio Freguesia do Ó), São Paulo, los talleres gráficos de última generación
para la antigua SAIB y los hoteles Quatro Rodas Nordeste en playas paradisíacas
de Brasil –éstos, de hecho, objeto de una Comisión Parlamentaria de
Investigación en el Congreso Nacional, en 1982, cuando uno de los hijos de
Civita y uno de los entonces directores de la Abril brasileña fueron llamados a
deponer, junto con algunos funcionarios de la dictadura, acostumbrados a la
impunidad (o, en el lenguaje corriente, “blindaje”) que hasta 2005 solía
asegurarse a los miembros de la élite brasileña (ver, más adelante, facsímil
del Diario del Congreso Nacional, de 6 de diciembre de 1982).
Y
por hablar de títulos “prestados”, la Abril de Brasil “adoptó” –a menudo, con
logotipo y contenido, como Raio Vermelho y O Pato Donald–
revistas exitosas de la homóloga platina, como Noturno-Capricho (Nocturno,
fotonovelas), Contigo (Contigo, idem), Ilusão (Idilio,
idem), Claudia (Claudia, revista femenina; en homenaje a una hija
de César Civita precozmente fallecida), Casa Claudia (Claudia Casa,
decoración e interior), Manequim (Maniquí, moda y corte-costura),
Intervalo (TV, revista sobre el mundo de la televisión y los
artistas), Homem (Adán, revista para el público masculino, antes
de lograr 100% del contenido de Playboy), Quatro Rodas (Corsa,
de automovilismo, que en Argentina tuvo dos fases, la primera con el nombre Parabrisas,
que circula hasta ahora por Editorial Perfil, de la familia propietaria de
Editora Caras, asociada a la Abril brasilera, y la segunda, Corsa, que
fue editada hasta el 1992, cuando clausuraron sus ediciones, en manos de
periodistas que hicieron escuela en la Editorial Abril argentina), Realidade
(Panorama, revista de grandes reportajes cuyo staf era integrado por la
periodista italiana Oriana Fallaci y su rival argentina Adriana Civita, hija de
César Civita, y que más tarde dio origen a una versión semanal, Panorama
Semanal, que competía con otras dos semanales de la misma editorial, Siete
Días Ilustrados y Semana Gráfica, esta última idealizada por Carlos
Civita, otro hijo del patriarca ítalo-argentino) etc. Gracias al talento de
periodistas brasileros como Mylton Severiano, Paulo Henrique Amorim y José
Hamilton Ribeiro, o ítalo-brasileros como Mino Carta y Luis Carta (y a los
equipos que ellos formaron), revistas como Quatro Rodas y después Realidade
se convirtieron en una referencia en América Latina. De hecho, fue el caso de Veja
(e Leia) bajo la dirección de Mino (entre 1968 y 1975), pero poco
después, al igual que Realidade, quedaron desfiguradas cuando pasaron al
comando (“comando”, textualmente) de los profesionales sometidos a los
caprichos del primogénito, Roberto Civita, sin duda, responsable por la
decadencia editorial, económica y ética de la editorial que contribuyó, aunque
con contradicciones evidentes, para afirmar la identidad brasilera.
Expresión
textual de esta decadencia, el actual panfleto semanal llamado Veja tuvo
su génesis forjada en la historia profesional de periodistas con una letra
mayúscula –al igual que la añorada revista Realidade irresponsablemente
sacada de circulación en pleno auge por iniciativa de Roberto Civita– como Mino
Carta, echado de la dirección de la revista (y de la editora) en 1975 para
satisfacer la absurda saña del régimen dictatorial y obtener beneficios, como
un préstamo bancario millonario del gobierno federal y la promesa de un canal
de televisión que nunca fue concedido, a punto de que Abril Vídeo (y
luego TVA) no hayan pasado de un caro capricho del todopoderoso primogénito. El
nombre Veja –en los primeros años de lanzamiento, Veja (e Leia)–
fue usurpado de la célebre revista semanal argentina Vea y Lea, que
circuló entre los años 1940 y 1960. Este título, a decir la verdad, no
pertenecía a César Civita (reiterando, Abril argentina ha editado a lo largo de
su existencia tres revistas semanales: Siete Días Ilustrados, Panorama
Semanal y una experiencia fallida anterior, dirigida por Carlos Civita,
hijo de César, llamada Semana Gráfica), pero fue del país que él, César
Civita, había elegido el “préstamo” hecho, como vemos en las portadas de abajo,
publicación de Editorial Emilio Ramírez, respetado competidor de los Civita de
Argentina.
En
síntesis, utilizando el lenguaje panfletario de la decadente Veja de
nuestros días, la farsa tiene nombre y dirección: Editora Abril, Avenida
Otaviano Alves de Lima, 4400, barrio Freguesia do Ó, São Paulo, Brasil. La
editorial que se rindió a intereses menores después que el patriarca Victor
Civita murió, en 1990, y que desde 2003, cuando fue posesionado el primer
presidente obrero de Brasil, pasó a practicar el panfleteo y el antiperiodismo
sensacionalista, con fines inconfesables, aunque pagando alto precio por la
soberbia. Desde entonces, una sucesión de fracasos en los negocios de esa
empresa ha ido acumulando, poniendo toda su herencia financiera y editorial en
una inminente avalancha de quiebra. Pero es en 1996, auge del neoliberalismo de
la antigua socialdemocracia de los llamados tucanes, que la Abril brasilera
inició a renunciar negocios de elevado significado estratégico por ineptitud
administrativa de los que heredaron de Victor Civita la antigua dinámica
editorial.
No
bastara la “adopción” nada ética de títulos, logomarcas, logotipos, productos
editoriales y contenidos y el inescrupuloso intercambio de directores por
préstamos bancarios, absurdamente incómodo fue haber aceptado como socio un
grupo empresarial vinculado a la funesta política de apartheid de
Sudáfrica y, todavía peor, haberse sometido a los anacrónicos intereses de la
caduca Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), con sede en Washington
(sometimiento anteriormente negado por César Civita, en Argentina, y Víctor
Civita, en Brasil, durante todo el período de vigencia de la guerra fría, en
que las editoriales eran más frágiles). Una flagrante negación de la herencia
de los patriarcas Civita y grandes periodistas que prestaron su talento,
carácter, nombre y dignidad a aquella que aparentara ser un auténtico proyecto editorial
y de afirmación de la ciudadanía brasilera.
Pero
la deslealtad con miembros de su propia familia, como ocurrió con César Civita
(foto arriba) –al no haber querido someterse a las exigencias irrazonables de
la dictadura de Rafael Videla, de despedir a los “comunistas” (es decir,
profesionales competentes) que él empleó en su editorial y, por lo tanto, haber
sido objeto de un ataque de la infame “Triple A” (AAA, Acción Anticomunista
Argentina), en 1976, contra de su residencia, lo que lo llevó a autoexiliarse a
los Estados Unidos y luego México–, el primogénito Roberto Civita negara al tío
apoyo para no cerrar y tener que deshacerse de la Editorial Abril. Cuando le
convino, es cierto, el entonces todopoderoso primogénito llamó, décadas
después, a su primo Carlos Civita, un exitoso hombre de negocios de productos
deportivos (de tenis) en el norte de Brasil, para representar los intereses del
Grupo Abril (Brasil) en Colombia (Editora Abril-Cinco), un proyecto mal
sucedido, al igual que sucediera anteriormente en Portugal (con el nombre
Editorial Morumbi) y España (con el nombre Editorial Primavera).
Roberto
Civita, al final de su vida, prefirió realizar alianzas estratégicas con
competidores, como Editorial Perfil de Argentina y Red Globo de los
descendientes de Roberto Marinho, uno de los más recalcitrantes adversarios de
Victor Civita. Tal vez el primogénito quisiera olvidarse que el patriarca de
los Marinho había usado su, digamos, “prestigio” con los generales de turno
para revocar la concesión de la Red Tupi de Televisión, su concurrente, e
impedir que los Civita, competidores todavía mayores en el mercado editorial,
pudieran quedarse con esa concesión, dejando a un presentador de televisión, ya
socio en otra cadena de televisión, la “bondad” de acumular durante más de una
década el control de dos grupos de televisión, expresamente prohibido por la
legislación brasilera.
Prueba
de ello es la inusual alianza entre las fundaciones Victor Civita y Roberto
Marinho en el anual “Premio Educador Nota 10”, justo en el año en que los
nietos del fundador de Abril brasilera se deshicieron de expresiva parte del
Grupo Abril, especialmente el segmento de Educación (anteriormente Abril
Educação), formado por editoras como Ática y Scipione y cursos como Anglo,
extremadamente caro para el patriarca Civita, que lo constituyó al final de la
década de 1960. Por otra parte, ya es de dominio público el estrangulamiento
financiero en que actualmente sus herederos están, a punto de pasar títulos
emblemáticos de Editora Abril, como Recreio (creada por un grupo de
educadores y periodistas en 1969) y Placar (otro importante proyecto
editorial de principios de los áureos años 1970), para la editorial que viene
creciendo a la sombra de los errores y de la soberbia del hoy fallecido
primogénito, Roberto Civita.
Aunque
sin ilusiones, sinceramente esperamos que, a diferencia de la Editorial Abril,
de Buenos Aires, la Editora Abril, de São Paulo, por las destacadas
contribuciones realizadas durante el (corto) período de vanguardia editorial,
con todas sus equivocaciones del período post-1973, pueda sobrevivir y
reencontrarse con el legado de los dos viejos fundadores y de los antiguos
equipos profesionales para rescatar su papel histórico, abandonando ejecutivos
incompetentes, socios intolerantes y sobre todo posiciones maniqueas que
amenazan a la joven democracia brasilera, todavía en construcción. Después de
todo, tanto César y Víctor Civita tuvieron que abandonar Italia en su juventud
a causa de la intolerancia de los partidarios del dictador Benito Mussolini y su
aliado Adolf Hitler, para venir a refugiarse y hacer realidad el sueño de su
vida en dos países de América Latina cuya generosa población los acogió
fraternalmente, haciéndolos referencia, incluso con las contradicciones
inherentes a la economía de mercado practicadas al sur del Ecuador, donde, en
las palabras del gran compositor Chico Buarque, “no existe pecado”, desde la
época colonial, triste memoria.
Ahmad Schabib Hany